jueves, 29 de abril de 2010

C: Cocineros, sólo para dar pistas

Los cocineros son gente trabajadora, respetable y, en mi opinión, benefactores de la humanidad. Pero, siempre hay un pero, no todos los que se llaman cocineros cumplen con ese perfil tan encantador.

Están los cocineros estrella (algunos cocineros estrella), y a ellos les dedico la letra C.

Los autores de aberraciones como la "espuma de guiso de rabo de toro desestructurado" no deberían tener lugar bajo el sol. Y no es por mandarlos a la sombra de un pino, sino a la otra sombra: ¡a la trena hasta que purguen semejante pecado!

Todas las chorradas gastronómicas que nos está tocando ver son sólo un síntoma de que nuestra sociedad está enferma de consumismo y de papanatería.

Consumismo porque la búsqueda de nuevas cosas en las que gastarse el dinero (quienes lo tienen en abundancia) les lleva a reírles las gracias a todos estos tontos del fogón. Se trata de marcar diferencias entre lo que comen los ricos (los de siempre y los nuevos) y el común de los mortales.

Papanatería porque contratan unos bufones que hacen unas gracietas originales, todos las aplauden, se animan unos a otros y se quedan con la sensación de que son mejores que los demás. Si se miraran en un espejo con un poco de vergüenza torera, no se meterían en semejantes tonterías.

No hace mucho uno de los maestros de la cocina se atrevió a hablar claro. Rápidamente los apóstoles de la modernidad culinaria cayeron sobre él con una suficiencia babosa y condescenciente, sabedores del apoyo de ricos, poderosos y medios de comunicación, siempre dispuestos estos últimos a bailarle el agua cualquier cosa que les permita un titular.

Hay otra cosa. Otros momentos históricos han vivido situaciones similares (la corte de los últimos borbones en Francia y algunos periodos del Imperio Romano, por ejemplo) y siempre ha sido signo de una sociedad que decae y se deshace. Mejor dicho de una sociedad cuyas presuntas élites están en plena desintegración. ¿Será eso también ahora?

Necesitamos a la abuela de la fabada, pero en versión original. No la que abre las latas, sino la que prepara con fuego lento y auténtico cariño los platos que sus allegados o sus clientes tomarán con la plena conciencia de lo que comen, ni desestructurado ni irradiado, en un plato con un aspecto sencillo y un sabor que hace sentir el presente y apreciar el pasado de la tradición que encarna.

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